Saturday, January 31, 2015

Homilía para el domingo, 1 de febrero 2015

Cuarto Domingo en el Tiempo Ordinario

Lecturas del día: Deuteronomio 18:15-20; Salmo 94:1-2, 6-9; 1 Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28

Readings of the day: Deuteronomy 18:15-20; Psalm 94:1-2, 6-9; 1 Corinthians 7:32-35; Mark 1:21-28

Daré esta homilía en la Capilla de San Miguel en Ciénaga, Magdalena, Colombia. This homily will be given at San Miguel (St. Michael's) Chapel in Ciénaga, Magdalena, Colombia.



¿Qué significa ser profeta? ¿De dónde o, mejor dicho, de quién viene la autoridad de ser profeta? ¿Conocemos algunos profetas en nuestros días?

Tal vez éstas son preguntas muy difíciles. Por favor déjenme tratar a responder a estas preguntas, empezando por la cual creo es la más fácil: ¿Qué significa ser profeta? Un profeta es una persona que actúa; que habla para Dios. Podemos entender este sentido de ser profeta en nuestra primera lectura de hoy, del libro del Deuteronomio. Moisés en este sentido es profeta: Actúa y habla al lugar de Dios al pueblo de Israel regresando a su tierra en el éxodo desde Egipto. Sin embargo, Moisés no era profeta perfecto. Varias veces no se confió suficientemente en Dios de liberar su pueblo de Egipto. Por eso, según la historia en los libros bíblicos del Deuteronomio y Éxodo, Moisés iba a fallecer antes de entrar en Israel; en la tierra prometida.

Pero Dios iba a escoger en el puesto de Moisés otro profeta; otra persona quien actuará; quien hablará para Dios aún mejor que Moisés lo había hecho. ¿Y cuáles serian los signos de la llegada del profeta escogido por Dios? ¿Cuáles serian las características de este profeta y de su mensaje? El libro del Deuteronomio dice que este profeta se parecería mucho a Moisés: “Yo les daré un profeta… como tú,” Dios dice a Moisés. “Pondré mis palabras en sus labios, para que les comunique lo que yo le ordene.” Pero Dios sancionará así a todo profeta falso, quien no comunique; no actúe según lo que Dios le ordene: “El profeta que se empeñe en decir en nombre mío lo que no le haya ordenado… ese profeta morirá.”

Retomamos entonces nuestras preguntas del inicio: ¿Qué significa ser profeta?  Un profeta es alguien que actúa y que habla para Dios. ¿De quién viene la autoridad de ser un profeta? La gente en la sinagoga de Cafarnaúm en nuestro Evangelio de hoy, de San Marcos, reconoce a Jesús como profeta. Bueno, ¿hay algunas personas aquí que quieren preguntarme, “Por qué dices, Padre, que Jesús se reconocía como profeta por la gente en la sinagoga? ¿Jesús no es más que un profeta? ¿No es el Hijo de Dios; Dios hecho hombre? ¿No se destaca mas como sanador o exorcista de espíritus malos o maestro quien enseñaba a la gente de la sinagoga en Cafarnaúm?” Mi respuesta a todas estas preguntas seria, “Si, claro.” Pero Jesús también se muestra en nuestro Evangelio de hoy como profeta, quien enseña con autoridad nunca escuchada o vista antes. ¿“Qué es esto,” preguntan la gente en la sinagoga de Cafarnaúm, sorprendida, “Una nueva manera de enseñar, con autoridad”?

Jesús tiene esta autoridad como profeta porque no solo proclama o actúa según la palabra de Dios; ¡Él es la palabra de Dios vivo! Es la respuesta a nuestra segunda pregunta del principio: ¿De quién viene la autoridad de ser profeta? Esta autoridad viene de Dios, a través de su Hijo, Jesucristo, Dios hecho ser humano. Pero eso no es todo que tenemos a decir sobre la autoridad de Jesús como profeta. La autoridad de Jesucristo no era autoridad guardada para sí mismo. ¡No! Jesús nos da todos esa misma autoridad que el tenia; autoridad de ser profetas. Jesús nos da esa autoridad de promover la paz; una autoridad de sanar; una autoridad de proclamar la palabra y la presencia de Dios, del reinado de Dios, en nuestro mundo; autoridad que Jesús mismo tenía en su plenitud.

¿Cómo podemos decir que tenemos esa misma autoridad de nuestro Señor Jesucristo? Se escucha esta oración en nuestro ritual del bautismo, siguiendo la unción del nuevamente bautizado con crisma: “Le unge ahora con el crisma de la Salvación para que, incorporado a su pueblo y permaneciendo unido a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, viva eternamente.” 

¿Quiénes aquí se acuerden de su propio bautismo? Quizás algunas personas aquí se acuerdan de su propio bautismo, si han estado bautizados como adultos, niñas o niños mayores o adolescentes. Por el bautismo estamos todos “unidos a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey.” Este sacramento; esta unción con crisma (signo de la presencia de Dios Espíritu Santo que se repite en la confirmación) nos confiere la misma autoridad sacerdotal de Jesucristo, es decir la autoridad de mediar; de difundir la presencia de Dios en nuestro mundo. El bautismo nos confiere la misma autoridad real de Jesucristo; autoridad que se sacrifica para el bien de todos. El bautismo nos confiere la misma autoridad profética que tiene Jesucristo; autoridad de actuar y de hablar en lugar de Dios; de proclamar la palabra de Dios por nuestras acciones y palabras.

Es esta misma autoridad que tenia San Pablo cuando proclamaba a los Corintios, lo que escuchamos en nuestra segunda lectura de hoy: “Quiero que vivan sin preocupaciones”; que sirvan “al Señor sin distracciones.” San Pablo también está llamando a los Corintios y a nosotros a vivir más plenamente nuestra vocación; nuestra responsabilidad de fe dada por nuestro bautismo. Es una vocación sacerdotal, profética, y real; vocación, mejor dicha, cristiana; vocación de vivir por la llegada a plenitud del reinado de Dios.

Y esta vocación no es fácil a vivir. Implica actuar según la voluntad y la palabra de Dios. Implica la humildad sino la abnegación. Implica a veces actuar o hablar de una manera que no nos llega a la popularidad con los demás. Pero estamos dado la autoridad de Jesucristo mismo, de Dios, precisamente para cumplir esta vocación bautismal; cristiana.

Hablando de la autoridad de Dios, ¿hasta ahora hay algunos aquí que han pensado de vez en cuando, “Sería genial tener esta autoridad de Dios”? No sé si algunas personas aquí conocen la película “Todopoderoso.” Como Jim Carrey en esta película, yo podría ser Dios durante un día. ¡Qué estupendo! O bien, si hay alguien que a mí no me gusta, podría castigarlo con relámpagos y truenos…

Pero nuestro ejercicio de la autoridad de Dios no es así. Recordamos que la autoridad que la gente reconoció en Jesús en la sinagoga en Cafarnaúm es la misma autoridad con que Jesús acepto morir por nosotros, clavado en una cruz. Estamos invitados a actuar con esa misma autoridad, no por nuestro bien pero primero por el bien de todo el mundo.

Entonces, bueno, ¿conocemos tal vez algunas personas que actúan bien en nuestro mundo con esta autoridad de Jesucristo en nuestros días? ¿Conocemos algunos profetas entre nosotros? Por supuesto conocemos los nombres de personas famosas. Aquí en Latinoamérica, el Arzobispo de San Salvador, Oscar Romero, quien fue asesinado en 1980, se reconoce como profeta; como alguien que vivió su vocación y que dio su vida por la justicia. Quizás el Monseñor Romero será canonizado pronto.

¿Conocemos otras personas que trabajan por la paz, los derechos humanos, y la justicia social? O tengo una pregunta aún mejor para nosotros: ¿De cuales maneras estamos llamados a ser profetas; a mejorar nuestra respuesta a nuestra vocación bautismal; vocación sacerdotal, profética, y real?

¿Quizás estamos llamados a vivir más plenamente esta vocación, con esta autoridad de Jesús que tenemos, no solo en nuestro mundo o en nuestro país pero dentro de nuestras famílias? Nuestra autoridad, regalo de Dios en el bautismo, se ejercita mejor cuando trabajamos a resolver conflictos entre los que amamos lo más. Se ejercita mejor cuando somos pacificadores entre nuestras familiares; cuando evitamos chismear; cuando buscamos el perdón humildemente cuando lo necesitamos.

De estas maneras, somos todos profetas, llamados a actuar como Dios actúa y a proclamar la palabra de Dios. Esta es seguramente una vocación difícil, pero es posible con la gracia de Dios. Quizás cuando actuamos y proclamamos así con la autoridad que nos da Dios, una autoridad humilde que conduzca a la paz y al bien de todos, encontraremos gente que reconocerán la autoridad de nuestras acciones y palabras como auténticamente de Dios. Y se preguntarán tal vez, como la gente que escuchó a Jesús este día en la sinagoga de Cafarnaúm: “¿Qué es esto? Una nueva manera de enseñar”; de actuar; de proclamar la presencia de Dios aquí e ahora, “con autoridad.”

Saturday, January 24, 2015

Homilía para el domingo, 25 de enero 2015

Tercer Domingo en el Tiempo Ordinario

Lecturas del día: Jonás 3:1-5, 10; Salmo 25:4-5, 6-7, 8-9; 1 Corintios 7:29-31; Marcos 1:14-20

Readings of the day: Jonah 3:1-5, 10; Psalm 25:4-5, 6-7, 8-9; 1 Corinthians 7:29-31; Mark 1:14-20

Daré esta homilía en la Parroquia San Juan de Dios, Santa Marta, Magdalena, Colombia este fin de semana, y también en Ciénaga, Magdalena, Colombia. This homily will be given this weekend at San Juan de Dios (St. John of God) Parish, Santa Marta, Magdalena, Colombia, and again in Ciénaga, Magdalena, Colombia.




Hermanas y hermanos en Cristo, ¿escuchen cómo nuestras lecturas de hoy tienen un sentido de prisa? Escribiendo su primera carta a los corintios, San Pablo creía probablemente que el mundo iba a terminar; que el reinado de Dios iba a llegar a su plenitud; que Jesucristo iba a regresar a la tierra en nuestro momento culminante de nuestra salvación y de la gloria de Dios.

San Pablo dice claramente en nuestra segunda lectura de hoy, “nos queda poco tiempo.” Prepárense, entonces, con prisa, dice San Pablo; Jesucristo podría llegar de nuevo en cualquier momento. Podemos decir con certitud que San Pablo no tenía razón de cuándo llegará la plenitud del reinado de Dios; digamos el día del Juicio Final. Pero su mensaje es siempre válido: Tengan prisa; prepárense para este día en que Jesucristo vendrá finalmente a nosotros. No podemos saber en qué día pasará esto.

También nuestra primera lectura tiene este mismo sentido de prisa. Dios envía a Jonás a “Nínive, la capital de Asiria,” nación típicamente enemiga de Israel en estos días. Jonás fue enviado por Dios para predicar a los habitantes de Nínive la necesidad de arrepentirse ya, sino Dios iba a aplicar su castigo a ellos. Sabemos de nuestra primera lectura que Nínive era una ciudad muy grande. Aunque Jonás caminaba con prisa, tendría que pasar “tres días para recorrerla.” En su grandeza, Nínive entonces era un poco como es Bogotá hoy, ciudad enorme con sus calles tapadas no de carros (por supuesto), ¿pero (no sé) tal vez de camellos?

Quizás conocemos el resto de la historia de Jonás que no se cuenta en nuestra primera lectura de hoy. La primera vez que Dios lo llamó, Jonás no quería irse a Nínive. Entonces Dios hizo que una ballena se lo tragara. Podemos imaginar que, después de tres días cuando salió Jonás de la ballena, ¡tenía que irse con aún más prisa que si no había negado a irse a Nínive en primer lugar!

Hablando de prisa, el Evangelio de San Marcos podría estar conocido como el “evangelio de la prisa.” Los eventos en la vida de Jesús según San Marcos se siguen con rapidez: “E inmediatamente” Jesús y sus discípulos se fueron para tal lugar, “y enseguida” Jesús hizo tal cosa… Palabras como “inmediatamente” o “y enseguida” son entre las preferidas de San Marcos.

Las escuchamos varias veces en nuestro Evangelio de hoy. Empieza San Marcos: “Después que Juan el Bautista fue entregado”… Jesús no gasta su tiempo. Se dirige “a Galilea y” empieza “a predicar el evangelio de Dios. En medio de predicar, escoge a sus primeros apóstoles, “Simón [Pedro] y… su hermano Andrés.” Les da sin demorar su primera misión: “Síganme, y haré que sean pescadores de hombres.” Y solo “un poco más adelante” Jesús ve a demás pescadores, los hermanos e hijos de Zebedeo, “Santiago…y… Juan.” “Enseguida” estos dos también dejan a sus redes para seguir a Jesús.

Todo pasa muy rápido en el Evangelio de San Marcos, ¡cuyo autor no parece querer darnos tiempo a recobrar nuestro aliento! Hay espiritualidades enteras que nos aconsejan de no estar de prisa; de tomar nuestro tiempo en silencio; en camino con el Señor; en la oración. Vi una película hace varios años sobre San Francisco de Asís (a mí me gusta la espiritualidad franciscana). Una canción en esta película, “Hermano sol, hermana luna,” dice más o menos esto: “Hagan pocas cosas y háganlas bien”; háganlas despacio, conscientemente, y con oración. Es buen consejo a veces para mí, un Basiliano, en la vida en comunidad religiosa.

¿Y conocemos tal vez la historia de la tortuga y del conejo? La tortuga y el conejo se compiten en una carrera. El conejo empieza rápido, pero se cansa aún más rápido y debe tomarse varias pausas. Por eso, y porque la tortuga nunca deja de esforzarse al máximo, la tortuga gana la carrera. Esta historia es otra manera de invitarnos de esforzarnos pero no siempre estar de prisa.

Entonces ¿por qué nuestras lecturas de hoy parecen darnos el mensaje contrario: “¡Vayan… Estén de prisa”?! ¿Quizás estamos invitados a evaluar de nuevo cuales son los puntos centrales de nuestras lecturas de hoy?

El Señor manda a Jonás de irse a Nínive con prisa. Y ¿por qué le necesita irse con prisa? La misión de Jonás es de invitar a los habitantes de Nínive de arrepentirse de sus malas obras ya. Tan confidente es nuestro Dios en el éxito que tendrá Jonás predicando este mensaje de arrepentimiento: “Y con un solo día que la recorrió ese anuncio, los habitantes de Nínive creyeron en Dios, promulgaron un ayuno e hicieron penitencia.” Jonás se fue de prisa para predicar el arrepentimiento a los habitantes de Nínive, y los que entendieron su mensaje se arrepintieron, me parece, con aún más prisa. ¿Estamos dispuestos de arrepentirnos de nuestros pecados; de creer en Dios más plenamente? ¿Estamos dispuestos de refletar nuestra creencia más plena en Dios por nuestras palabras y obras; nuestra manera de vivir los unos con los otros, como hicieron los habitantes de Nínive escuchando a Jonás, no demorándonos pero de prisa?

La primera carta de San Pablo a los corintios dice: “Nos queda poco tiempo.” Bueno, no creo que nuestro universo se acabará en unos días, pero nunca sabemos esto. El punto clave de San Pablo es esto: Que seamos preparados para el fin de los tiempos, cuando Jesucristo vendrá a llevar el reinado de Dios hasta su plenitud; su perfección. No nos preocúpanos de cambiar o mantener acciones o costumbres que no valen la pena cambiar o mantener.

No, estamos invitados por San Pablo a preguntarnos: ¿Cuales son los valores del reinado de Dios según los cuales sería mejor que actuamos? ¿Cómo podemos promover la paz; la justicia; el amor; el respeto para la vida y para toda la creación; la compasión en nuestras familias; en nuestro país; en nuestro mundo? Estos son valores del reinado de Dios. Ojalá que no demoraremos hasta el fin del mundo, que sea hoy, mañana, el martes de la semana entrante, o en unos millones de años, a llevar estos valores del reinado de Dios a nuestro mundo por la manera en que vivimos nuestra fe cristiana.

El Evangelio de San Marcos nos habla con aún más urgencia que el libro de Jonás o la primera carta a los Corintios. Para San Marcos, el reinado de Dios (bien que no todavía en su perfección) no es realidad futura. El reinado de Dios está aquí presente.

“Vuelvan a [Dios] y crean en el Evangelio.” Crean en el reinado de Dios y actúan según lo que creemos. Es un versículo de San Marcos que escucharemos cuando recibimos las cenizas sobre nuestras frentes el día Miércoles de Cenizas.

Pero no tenemos a esperar hasta el Miercoles de Cenizas; hasta la Cuaresma; hasta el fin del mundo para actuar más plenamente según los valores del reinado de Dios. El reinado de Dios está aquí presente. Por nuestras obras y palabras; nuestra manera de vivir cristiana, siguiendo a Jesús, vamos a encontrar este reinado de Dios presente entre nosotros. ¡Vamos; danos prisa!

Tuesday, January 20, 2015

Homilía para el martes, 20 de enero 2015– Feria

Martes de la Segunda Semana en el Tiempo Ordinario

Memoria opcional de San Sebastián, Obispo y Mártir

Lecturas del día: Hebreos 6:10-20; Salmo 110:1-2, 4-5, 9-10c; Marcos 2:23-28

Readings of the day: Hebrews 6:10-20; Psalm 110:1-2, 4-5, 9-10c; Mark 2:23-28

Di esta homilía en la Parroquia San Juan de Dios, Santa Marta, Magdalena, Colombia. This homily was given at San Juan de Dios (St. John of God) Parish, Santa Marta, Magdalena, Colombia.


¿Alguna vez ha estado difícil mantener su paciencia? ¿Hay situaciones viviendo nuestra fe o en nuestras relaciones los unos con los otros en que mantener la paciencia es un desafío? ¿Una vez o varias veces alguien nos ha prometido algo, y ha cumplido su promesa solo después de un tiempo largo o nunca ha cumplido su promesa? Esto también desafía nuestra paciencia.  

Dios se presenta notablemente en nuestra primera lectura, de la carta a los Hebreos, como alguien que siempre y a través de mucho tiempo nos hace promesas. Dios había prometido a Abraham: “Te llenaré de bendiciones y te multiplicaré abundantemente.” Tal vez conocemos la historia de Abraham: Paso mucho tiempo antes que cumplió su promesa de dar a Abraham y Sara un hijo; una descendencia.

La lectura que escuchamos hoy nos invita de mantener nuestra paciencia con Dios. Nuestro Dios sí ha cumplido con su promesa a Abraham de darle una descendencia. Abraham está reconocido como nuestro antepasado en la fe porque mantuvo siempre su paciencia con Dios; su esperanza que Dios, eventualmente, cumplirá su promesa a él.

Como a Abraham, Dios nos ha hecho una promesa. Es la promesa de siempre ser presente con nosotros. Por una parte, Dios ha cumplido con su promesa. Ha enviado su Hijo, Jesucristo, a vivir, a morir, y a resucitar de entre los muertos. Es la promesa ya cumplida en que habla nuestro Evangelio de hoy, de San Marcos. Jesucristo está con nosotros, el Señor del sábado; el creador y redentor Dios hecho ser humano como nosotros.  Por otra parte, estamos todavía. Por otra parte, esperamos todavía el cumplimiento de la promesa de Dios empezada por la vida, muerte, y resurrección de Jesucristo. Esperamos todavía la venida gloriosa de Jesucristo al fin de los tiempos.

En la época en que se escribió la carta a los Hebreos, algunos Cristianos habían perdido su paciencia; su esperanza en la segunda venida de Jesucristo. Era una época de persecución intermitente contra estos primeros Cristianos. Entonces podemos entender como, después de varios años en que Jesús no había regresado para tomar fin a esta persecución y a establecer su reino definitivo en la tierra, algunos de estos Cristianos habían perdido su paciencia; su esperanza; tal vez su fe.

Pero nuestra primera lectura de hoy comparece a la paciencia; la esperanza; la fe que Dios nos invita a mantener con una “ancla del alma.” El otro día, fui a caminar aquí a la Marina de Santa Marta. Vi a varias barcas con pescadores que habían bajado sus anclas para pescar. Ser pescador debe ser uno de las profesiones que necesita lo más paciencia, ¿Sí o no? No obstante este día estaban varios pescadores con sus barcas ancladas en nuestra marina.

Dios nos invita hoy de tener la paciencia; la esperanza de pescadores en nuestras vidas de fe. Dios nos invita de tener entonces bien ancladas nuestras almas: Jesucristo vendrá; el reino de Dios vendrá. Esto es la promesa de Dios, que nunca deja a sus promesas.